sábado, 30 de agosto de 2025

“Escudo invisible” prolonga la vida de las rosas colombianas

 Un aliado inesperado, el silicio, podría prolongar la frescura de las rosas que Colombia exporta a Estados Unidos y Europa, al reducir en más del 76 % la botritis, el hongo que marchita y envejece los pétalos tras la cosecha. Este elemento, abundante en el suelo pero poco explorado en la floricultura, logró reducir en más del 76 % la botritis, enfermedad generada por el hongo Botrytis cinerea que marchita y envejece los pétalos tras la cosecha.

El hallazgo del investigador Eduard Machado López, magíster en Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), abre la puerta a una floricultura más competitiva y sostenible para el país. Gracias al silicio, las rosas de la variedad Brighton, de intenso color amarillo, se mantienen frescas por más tiempo en los floreros, lo que reduce pérdidas en exportación y disminuye el uso de fungicidas.

El silicio es el segundo elemento más abundante en la corteza terrestre después del oxígeno. Está presente en rocas, arenas y minerales como el cuarzo, y al disolverse llega al suelo y al agua en forma de ácido monosilícico, que es la forma en la que las plantas lo absorben por las raíces. Sin embargo, no siempre está disponible en la cantidad o en la forma en que la planta necesita para aprovecharlo.

En el municipio de El Rosal –en la Sabana de Bogotá– se concentra gran parte de la producción de flores de exportación; allí el experto López y los profesores Víctor Julio Flórez y Stanislav Magniskiy, de la Facultad de Ciencias Agrarias, trabajaron con la variedad Brighton, conocida tanto por su belleza como por su susceptibilidad al hongo Botrytis cinerea, que cubre los pétalos como un polvo gris y acelera el marchitamiento, generando inicialmente pequeñas manchas traslúcidas.

Para ello aplicaron tres tipos de fertilizantes a base de silicio, unos directamente en las hojas (aplicación foliar) y otros en el suelo (aplicación edáfica), cada 2 semanas hasta lograr 5 aplicaciones en el ciclo productivo. Este producto es conocido por aportar nutrientes a la planta, pero hasta hace poco se estudia para ver cómo influye en el control de este tipo de enfermedades. Las dosis usadas estaban entre 1 ml/l en hojas y 0,08 ml/l en suelo.

Luego compararon estas plantas con otras que no recibieron silicio, con el objetivo de simular lo que hace un cultivador en su día a día, y encontraron que después de 12 días poscosecha la mayoría de los tratamientos en los que se aplicaron los productos con silicio mostraron un 54 % de infección, salvo uno de los productos de silicio que solo presento un 16 % del progreso de la botritis, frente al 92 % encontrado en las rosas en las que no se aplicó el producto.

Estos resultados se encontraron después de simular la travesía de exportación, así: las flores se sometieron a frío y almacenamiento, como si viajaran en avión hacia Estados Unidos o Europa. Después se midieron en laboratorio variables como pérdida de agua en los tallos, respiración del tallo floral, producción de etileno (hormona que acelera el envejecimiento), severidad de la botritis y absorción de nutrientes en el tallo floral.

Rosas que duran más y se enferman menos

El resultado fue contundente: las rosas con silicio en el suelo fueron las más resistentes y pueden llegar a mantener su calidad más de 15 días. Por otro lado, se produjo menos etileno, lo que muestra que su reloj biológico se movió más despacio, y esto hace que su belleza no se pierda al ponerlas en un florero; además perdieron menos agua y se conservaron firmes y frescas.

Y lo más importante: “las rosas tuvieron menos daño por botritis, que puede llegar con la lluvia, el aire o el viento. También absorbieron mejor micronutrientes como manganeso y zinc, fundamentales para fortalecer los tejidos. En palabras sencillas, el silicio les dio un escudo invisible que alargó su vida y mejoró su nutrición”, destaca el magíster.

Colombia es el segundo exportador mundial de flores de corte, y la rosa es la reina de este negocio. Cada año millones de tallos parten de Cundinamarca y Antioquia hacia los mercados internacionales. Según Procolombia –organización encargada de promover el turismo y la inversión extranjera en Colombia–, el sector de la floricultura genera más de 200.000 empleos formales al año en el país, cerca del 60 % a mujeres, y el 50 % de ellas madres cabeza de familia.

En este negocio, que entre enero y febrero de 2024 exportó más de 59.000 toneladas de flores cortadas para fechas como San Valentín, con la rosa como la protagonista, la belleza y la frescura lo son todo, un día extra en la vida del florero puede marcar la diferencia entre vender o perder un cargamento. Si las rosas llegan marchitas, se pierden contratos millonarios.

“Dos de las principales empresas dedicadas a este cultivo ya están implementando el silicio para proteger a las rosas, y todo fue gracias al trabajo que realizamos, con datos y resultados concretos sobre sus beneficios para la poscosecha”, indica el magíster.

Un aliado para una floricultura más verde y competitiva

La investigación también muestra un camino hacia una floricultura más sostenible, pues al fortalecer las defensas naturales de la planta con silicio se puede reducir el uso de químicos como fungicidas cuidando el ambiente; el experto opina que el uso de ese tipo de productos puede ir disminuyendo en los próximos años.

Para entender mejor su innovación pensemos en las rosas como atletas que deben correr una maratón: salir del invernadero en la Sabana de Bogotá, viajar en camiones y aviones refrigerados, y llegar frescas a las florerías de Nueva York, Madrid o Tokio.

Muchas de ellas se agotan en el camino, pierden agua, producen demasiado “estrés” (etileno), se marchitan antes de tiempo o son atacadas por hongos.

En este caso, el silicio funciona como una vitamina de resistencia, prepara a la planta antes del viaje, fortalece sus defensas, regula su respiración y la hace más firme. Así, cuando llega al florero del consumidor, la rosa aún tiene energía para seguir brillando.

Aunque el silicio ya se había estudiado en otros cultivos, esta investigación es pionera en demostrar su efecto directo en la vida poscosecha de la rosa Brighton en Colombia. No se trata solo de producir flores más bonitas en el invernadero, sino de garantizar que esas flores lleguen  intactas al otro lado del mundo. De hecho, ayudaría no solo a la rosa sino a otras flores como los claveles, las orquídeas o las petunias.

Si los productores empiezan a aplicar este “escudo invisible” en sus cultivos, Colombia aseguraría no solo su posición en el mercado global, sino también avanzar hacia una floricultura más verde y responsable.




viernes, 22 de agosto de 2025

Medidor portátil detectaría glifosato de manera más económica

 ¡Así como lo lee! un método más barato y rápido para detectar el que posiblemente sea uno de los herbicidas más polémicos en la erradicación de cultivos ilícitos de Colombia. Aunque está en fase de laboratorio, ya es capaz de detectar concentraciones muy bajas de esta sustancia química en agua, y busca a futuro convertirse en un dispositivo similar a un glucómetro, de fácil acceso y portátil para que cualquier persona lo pueda usar.

El glifosato ha sido objeto de fuertes críticas por sus posibles impactos sobre la salud humana y el medioambiente. Su uso intensivo ha llevado a que se detecte en fuentes hídricas, suelos, alimentos, animales y hasta en el cuerpo de las personas, donde puede acumularse en órganos como el hígado y los riñones. Algunos estudios científicos ya han mostrado que la exposición prolongada al glifosato, incluso en dosis pequeñas, puede provocar daños celulares, alteraciones hormonales y otros efectos tóxicos.

Es más, en 2022 el caso de Yaneth Valderrama fue emblemático en la lucha contra este herbicida, pues esta mujer, que se dedicaba al campo, fue rociada en 1998 con glifosato mientras se realizaba una aspersión contra cultivos ilícitos. El contacto con esa sustancia le provocó un aborto y 6 meses después murió a causa de fallos múltiples en su organismo. Su caso fue citado por la Corte Interamericana de Derechos Humanos y formó parte del Informe Final de la Comisión de la Verdad.

Justamente la necesidad de tener mejores formas de detectar el glifosato en agua y en suelo fue lo que motivó a Daniela Malaver Amaya, magíster en Química de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), a desarrollar una propuesta innovadora: un sensor electroquímico que, aunque todavía se encuentra en etapa experimental, podría sentar las bases para diseñar un dispositivo portátil, económico y sensible que mida la presencia de glifosato en distintas muestras, desde aguas hasta alimentos.

El instrumento funciona como una especie de glucómetro que mide azúcar en sangre, pero este permite que cualquier persona verifique si hay residuos del herbicida sin depender de laboratorios especializados ni de equipos costosos; hoy los análisis dependen en gran medida de equipos cuyos costos oscilan entre los 30 y los 50 millones de pesos, mientras que la alternativa propuesta por la magíster Malaver costaría aproximadamente 7 veces menos, y arrojaría el resultado en minutos.

Un “sándwich” de materiales para atrapar al glifosato

Para lograrlo, la investigadora trabajó con una estrategia basada en electroquímica, una rama de la química que estudia cómo ciertas sustancias se comportan cuando se les aplica electricidad. Por sí solo el glifosato no genera señales eléctricas fáciles de medir. Sin embargo, tiene una propiedad muy útil, y es que se une fácilmente al cobre formando un complejo químico estable. Ese comportamiento fue la clave para diseñar un sistema de detección indirecta, es decir un método que no mide el glifosato como tal, sino el efecto que este tiene sobre el cobre.

El sensor desarrollado es un pequeño dispositivo que parece una varilla delgada hecha de carbono especial. Para que pueda detectar glifosato en el laboratorio se le añadieron dos capas, primero una película muy delgada de un polímero que conduce electricidad (llamado PEDOT), y luego una capa de cobre. El resultado es algo parecido a un sándwich de materiales que trabajan juntos para captar la presencia del herbicida.

“Cuando este sensor se pone en contacto con una muestra de agua que contiene glifosato, la molécula se une al cobre de la superficie. Esa unión cambia la forma en que el cobre se comporta al recibir electricidad, y así en el laboratorio se aplican pequeños impulsos de potencial al sensor para medir cómo responde la corriente. Si el glifosato está presente la corriente cambia, y con esa señal se puede saber, no solo si hay glifosato, sino también cuánta cantidad hay en la muestra”, agrega la magíster.

Durante los experimentos, realizados completamente en el laboratorio, se probaron soluciones con concentraciones conocidas del herbicida. Los resultados fueron muy alentadores, pues el sensor fue capaz de detectar glifosato en concentraciones tan bajas como 0,029 partes por millón, la cual es menor que la que puede detectar un cromatógrafo especial y costoso para este proceso. Además, el sensor funciona bien tanto en concentraciones bajas como altas, lo que lo hace versátil para diferentes tipos de muestras.

Hacia el final del proyecto, el sensor se probó con agua de pozo simulada, a la que se le había añadido glifosato en el laboratorio. “Aunque no es una muestra de campo real, esta prueba sirve como un primer paso hacia aplicaciones más prácticas, como la detección directa en aguas rurales, ríos o fuentes cercanas a cultivos”, señala.

Hacia un sensor portátil y asequible para todos

Más allá de los datos técnicos, el aporte más importante de esta investigación es la posibilidad de diseñar a futuro un sensor portátil, económico y fácil de usar por cualquier persona. Hoy detectar glifosato requiere equipos sofisticados, reactivos costosos y personal altamente capacitado. Con el enfoque de la magíster Malaver todo eso se reduciría a un dispositivo tan simple como un glucómetro, una herramienta que las comunidades podrían llevar en el bolsillo para verificar la calidad del agua que consumen o del alimento que producen.

Para entender por qué este sensor es tan relevante, vale la pena recordar que el glifosato es una sustancia creada a partir de procesos químicos y no existe en la naturaleza, pero su estructura es similar a otras sustancias que sí se encuentran naturalmente, por lo cual puede entrar en las plantas e impide la producción de ciertas proteínas que ellas necesitan para vivir. Por eso se usa para matar malezas. El problema es que esa misma capacidad puede afectar a otros seres vivos, como animales o personas, sobre todo si el glifosato entra al cuerpo muchas veces o en grandes cantidades.

En Colombia este herbicida se ha usado en cultivos como soya, caña, arroz y maíz, pero también fue muy conocido por las fumigaciones aéreas que se hacían para eliminar cultivos de coca. El glifosato caía desde aviones sobre grandes zonas, pero muchas veces también contaminaba el agua, la tierra y afectaba a las comunidades que vivían cerca; sin embargo, desde el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible se viene trabajando en la prohibición de este tipo de aspersión para la erradicación de cultivos ilícitos.

La investigación se desarrolló en el marco del proyecto “Dispositivos electroquímicos en papel para la determinación de glifosato”, con el apoyo de la Facultad de Ciencias de la UNAL, y contó con el apoyo y la dirección de la profesora Andrea del Pilar Sandoval, del grupo de investigación Electroquímica y Termodinámica Computacional del Departamento de Química, así como del Laboratorio de Electroquímica y Termodinámica Computacional.