jueves, 26 de junio de 2025

Mercados activos impulsan buenas perspectivas para el kiwi chileno: "Hay que seguir trabajando, mantener una buena calidad y un producto constante"

 Con la temporada de cosecha ya finalizada, es el momento adecuado para realizar un análisis preliminar de la temporada. Es por ello que Portalfruticola.com conversó con el presidente del Comité del kiwi, Carlos Cruzat, quien indicó que “el volumen va a estar entre un -6 y un -9% del total  de la fruta respecto del año anterior, producto que tuvimos algunos efectos de heladas y PSA del año pasado”. 

Pese a la baja en la proyección inicial, Cruzat especificó que el mercado internacional ha estado bastante bien, pese a que en los inicios se vio un tanto complejo. Esto, debido a la incertidumbre de Estados Unidos, "pero se ha ido despejando”.

Explicó que dicha incertidumbre generó que al comienzo de la temporada hubiese menos despachos, “pero ahora está activo y bien. Se ve un mercado que está funcionando bien”. 

Añadió que los precios en Estados Unidos han ido repuntando y se está moviendo bien la fruta. 

Respecto a India, señaló que ha partido muy rápido, tomando muchísimo volumen de fruta, en parte porque partieron muy vacíos de kiwi. 

En cuanto a Latinoamérica, detalló que “ha sido un excelente mercado; ha sido fluido desde el comienzo, con buenos precios y despachos constantes”. 

El presidente del Comité del kiwi, especificó que Brasil está recibiendo fruta del mercado europeo, por lo tanto, recibe fruta de Italia, Grecia y México. 

Explicó que “eso hace que el volumen de transacción de kiwi durante todo el año aumente y permite ir creciendo la categoría dentro del país”. 

Cruzat dijo que “en Brasil hemos pasado casi de 6.000 toneladas hace 8 años a 18.000 toneladas el año pasado. Es un tremendo mercado”.

Proyección del kiwi chileno

Consultado por los pasos que se vienen, indicó que “lo que se espera para el término de la temporada, nunca se sabe bien, pero lo que viene ahora son las frutas de guarda, que están con muy buena condición”. 

Explicó que lo que ocurre normalmente, es que en algunas cámaras de frío, la fruta se coloca un poco más blandas “y hay que sacarlas antes, pero las pudriciones que es el mayor tema, no es una dificultad este año. Por lo tanto, esperamos terminar los embarques a mediados de septiembre”. 

"Hay que seguir trabajando, mantener una buena calidad y un producto constante que madure bien en el supermercado”.


Con una mirada a los próximos años, el líder del Comité expresó que “vamos a retirar las zonas que denominamos tempranas y por lo tanto nos vamos a quedar con un solo parámetro para todas las  zonas productivas, salvo puntuales zonas que puedan ser de excepción por condiciones, que por ahora se enfrentan a climas difíciles y que son regiones que eventualmente en el futuro no deberían ser las opciones de plantación”. 

Explicó que esto permite uniformar el parámetro para todas las zonas, “porque hoy día las zonas tempranas tampoco se justifican, ya que hay mucha fruta del hemisferio norte”. 

En ese sentido, dijo que “se ha ido achicando esa ventana y los productores de frutas tempranas casi cosechan con los mismos estándares que la zona de plena estación”. 

Señaló que dichos productores esperan tener una mejor fruta, porque saben que requieren más brixs, con más materia seca, por lo tanto, "naturalmente han ido desapareciendo esas zonas más tempranas”. 

Además, comentó que actualmente existe mucha fruta amarilla en el mundo, principalmente de Zespri, “y eso exige que el kiwi verde tiene que ser aún mejor en sabor para poder competir”. 
















miércoles, 25 de junio de 2025

Aliado invisible mejora hasta un 33 % el crecimiento de importante árbol maderero de Colombia

 Rhizophagus irregularis, un hongo que existe hace más de 400 millones de años, sería crucial para mejorar el crecimiento de la melina (Gmelina arborea), uno de los principales árboles madereros del país. Una investigación evidenció que el uso del hongo, junto con ciertas bacterias del suelo, aumenta entre un 15 y 33 % el crecimiento de esta especie, reduciendo a la mitad el uso de fertilizantes químicos.

Desde hace décadas la melina –un árbol originario de la India y el sudeste asiático– se ha establecido en Colombia como una importante fuente de madera. En 2023 se reportaron 17.684 hectáreas sembradas, especialmente en el Caribe y el Eje Cafetero, en donde se adapta bien a temperaturas entre 24 y 28 °C.

Su madera es ampliamente usada en construcción, muebles, instrumentos y vigas laminadas. Puede alcanzar hasta 30 m de altura y un diámetro de 80 cm, pero en sus primeros meses enfrenta una limitación crítica: sus raíces, poco desarrolladas, no logran absorber suficiente fósforo del suelo. Esta deficiencia suele compensarse con fertilizantes químicos, cuyo uso excesivo puede generar impactos ambientales.

En busca de alternativas sostenibles, la bióloga Karen Julieth Higuera Trujillo, magíster en Biología de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), introdujo en el suelo a un diminuto organismo que actúa como un verdadero “ingeniero” subterráneo: el hongo R. irregularis, cuyas esporas (células reproductivas que le permiten propagarse) miden entre 40 y 140 micrómetros, un tamaño comparable al grosor de un cabello humano.

El grupo de investigación en Biotecnología de Hongos Formadores de Micorrizas Arbusculares de la UNAL ha cultivado en laboratorio este microorganismo, de donde se extrajeron las esporas utilizadas en el experimento.

El hongo actúa como una red de tuberías microscópicas que transporta fósforo desde el suelo hasta las raíces de la melina, incluso cuando el nutriente se encuentra en formas poco disponibles. Por eso se le conoce como un “movilizador”, ya que facilita la absorción del fósforo y mejora la nutrición de la planta.

La investigadora comprobó que este microorganismo es un aliado eficaz: permitió que las plántulas de melina crecieran hasta un 33 % más que en condiciones convencionales, utilizando solo el 50 % del fertilizante químico habitual. Esta reducción en el uso de insumos sintéticos también disminuye el riesgo de afectaciones ambientales asociadas con sus residuos.

¡El hallazgo tiene madera!

El protagonista del hallazgo no fue solo R. irregularis, sino también un conjunto de microorganismos que favorecen la disponibilidad de fósforo para las plantas. Se trata de  organismos “solubilizadores”, capaces de transformar este nutriente en formas más asequibles para las raíces, ampliando así la oferta disponible en el suelo.

Entre ellos se incluyen bacterias como Pseudomonas orientalis, utilizada en el control biológico de plagas; Paenibacillus taichungensis, aplicada en la biorremediación de suelos contaminados con metales pesados; y hongos como Penicillium chrysogenum, conocido por ser fuente de penicilina, y P. citrinum, precursor de compuestos empleados para reducir el colesterol.

“El objetivo del estudio fue analizar cómo interactúan estas especies entre sí y con la planta; queríamos demostrar que el crecimiento de la melina y la salud del suelo no dependen solo del uso de químicos, sino de las relaciones simbióticas que se pueden potenciar”, explica la magíster Higuera.

En su experimento trabajó con cerca de 300 plántulas de melina en las primeras etapas de desarrollo (120 días), tiempo en el que las sembró en los viveros de la Universidad del Tolima, y utilizó muestras de suelo traídas del centro Universitario Regional del Norte (CURN) Granja Armero, en donde se produce esta especie, y que tenían las condiciones ideales para replicar el crecimiento.

La investigadora aplicó 18 tratamientos distintos y observó variaciones notables en el desarrollo de las plántulas. En varios de ellos, el uso combinado de microorganismos y solo el 50 % del fertilizante químico permitió no solo un mayor crecimiento, sino también un aumento significativo en la biomasa seca, lo que indica plantas más robustas y con mayor potencial productivo.

Por otro lado, y de manera sorpresiva, algunos tratamientos disminuyeron la longitud de las raíces, pero sin perder la concentración del carbono. La experta explica que “esto se debe a que, al tener bacterias y hongos encargados de trabajar y movilizar el fósforo, la melina se puede concentrar en adquirir otros nutrientes como nitrógeno o potasio, igualmente necesarios para su crecimiento”.

“Aunque a veces se piensa que cuanto más crecen las raíces es mejor, esto no siempre es cierto, pues una gran longitud también muestra que la planta tiene déficit de nutrientes y debe hacer todo lo posible por buscarlo”, amplía la magíster Higuera.

Añade que “las combinaciones también aumentaron el peso o biomasa seca de las plantas, lo cual se reflejaría en árboles más grandes y resistentes a futuro, y se presentó una mayor diversidad de bacterias y hongos en el suelo, pues los tratamientos permitieron el crecimiento de todo tipo de microorganismos beneficiosos”.

En otra investigación de la UNAL de 2015, el doctor Omar Melo Cruz, de la Facultad de Ciencias Agrarias de la UNAL Sede Medellín, modeló la cantidad de dióxido de carbono que la melina es capaz de atrapar del aire en el Cauca y Magdalena, y descubrió que en 10 años el árbol puede capturar entre 220 y 320 toneladas de dióxido de carbono (CO2), lo cual también lo convierte en una esperanza para cuidar el medioambiente de la contaminación atmosférica.

Según el Boletín Forestal de la Federación Nacional de Industriales de la Madera, en 2022 Colombia produjo cerca de 3,1 millones de metros cúbicos de madera, 2,5 millones proveniente de plantaciones forestales comerciales y 0,6 millones de bosque natural.

Estas cifras convierten la melina en un árbol a proteger y convierten la investigación de la experta Higuera en un insumo indispensable para que no se ignore la vida en el suelo, pues es allí en donde se tejen las primeras briznas biológicas de la naturaleza del planeta. El trabajo se realizó con el apoyo de la Universidad del Tolima, en el marco de un proyecto del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación.

 







miércoles, 18 de junio de 2025

Método colombiano reduce a menos de 5 días el secado del café

 En Colombia producir café casi siempre implica la misma rutina: despulpar el grano, lavarlo con abundante agua limpia y luego secarlo al sol. Así se ha hecho por generaciones. Pero un joven ingeniero de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) demostró que es posible hacerlo de otra forma: sin agua, sin despulpar y en mucho menos tiempo. En su investigación, logró secar el grano completo —como fruta entera—, conservar su calidad sensorial y reducir el tiempo de secado de hasta 20 días a menos de 5.

El método se conoce como café natural. Aunque poco utilizado en Colombia, es común en países como Brasil, Etiopía o Indonesia. La diferencia fundamental está en que, en vez de quitar la cáscara del fruto y lavar el grano antes del secado, se deja secar la cereza entera, tal como se recoge de la planta. A simple vista puede parecer un paso atrás en el proceso, pero detrás de esta decisión hay razones técnicas, ambientales y económicas poderosas.

Por un lado, el proceso convencional colombiano suele consumir enormes cantidades de agua. Según Nicolás García Rodríguez, magíster en Ingeniería - Ingeniería de Biosistemas de la UNAL, por cada kilo de café pergamino seco se pueden gastar hasta 40 litros de agua, que, una vez usada, arrastra residuos del mucílago, la pulpa y los azúcares del fruto, generando las llamadas aguas mieles, que muchas veces terminan en ríos o suelos sin tratamiento. Aunque invisible para muchos, pues no hay cifras claras y concretas, el impacto ambiental de esta práctica es profundo y persistente.

Por otro lado, el café natural bien procesado puede ofrecer algo que el lavado no siempre logra: sabores más intensos, afrutados y complejos, que abren la puerta a nuevos nichos de mercado y a precios más altos por taza. Sin embargo, secarlo correctamente no es sencillo, pues al mantener la cáscara, el grano tarda más en perder humedad y es más propenso a dañarse por hongos o insectos. Además, en muchas regiones colombianas la época de cosecha coincide con la temporada de lluvias, lo que hace casi imposible secarlo al sol sin correr grandes riesgos.

Frente a ese panorama, el investigador García decidió intervenir desde la ingeniería, con una propuesta clara: controlar el secado con precisión, reducir su duración y asegurar la calidad del grano.

Un secador controlado reemplaza al sol

El estudio se desarrolló en el Laboratorio de Poscosecha de la Facultad de Ingeniería, donde el magíster utilizó un secador de convección forzada, máquina que impulsa aire caliente de forma controlada a lo largo de las capas de grano, una tecnología que reemplaza al sol, pero con mayor uniformidad, velocidad y seguridad.


Durante varios meses, el investigador recolectó café de las variedades Caturra y Colombia en fincas de Ibagué (Tolima) y Anolaima (Cundinamarca), respectivamente. Luego sometió los frutos a  distintos tratamientos de secado, combinando dos temperaturas: 45 y 55 °C, y dos niveles de flujo de aire: 35 y 46 pies cúbicos por minuto (ft³/min). Su objetivo era encontrar la combinación ideal para reducir la humedad del grano sin alterar sus cualidades sensoriales.

En cada lote se midieron variables como la actividad de agua (fundamental para mantener la actividad microbiana y fúngica controlada luego del secado), el pH (relacionado con la acidez), los grados Brix (indicador del dulzor), el color del grano, y por supuesto el sabor final, evaluado por catadores expertos.

“El café secado a temperaturas más bajas y menor flujo de aire conservó mejor sus propiedades. Obtuvo puntajes altos en la prueba de taza y presentó perfiles sensoriales afrutados, con buena acidez y dulzura”, explica el investigador.

Además, el secado, que normalmente toma entre 15 y 20 días al sol, se redujo a menos de 100 horas, es decir menos de 5 días.

Pero el trabajo no se quedó en el Laboratorio, sino que el magíster García también aplicó herramientas matemáticas para simular el proceso de secado en computador. Utilizando ecuaciones ajustadas a sus datos reales, encontró modelos predictivos capaces de anticipar cómo se comportará el grano bajo distintas condiciones. Esto permitirá en el futuro que cualquier productor pueda prever los resultados antes de iniciar el secado, evitando pérdidas y optimizando recursos.

Las implicaciones de esta propuesta son múltiples. Por un lado, promueve una caficultura que usa menos agua y contamina menos; abre la puerta a nuevos productos con identidad propia, capaces de competir en el exigente mercado de cafés especiales; y ofrece a pequeños y medianos caficultores una alternativa para diversificar su producción, modernizar sus procesos y aumentar sus ingresos sin renunciar a su tradición.

La investigación, dirigida por el profesor Robinson Osorio Hernández, de la Facultad de Ingeniería de la UNAL, demuestra que el futuro del café colombiano no depende solo del sol ni del saber heredado, sino también de la ciencia, la tecnología y la capacidad de innovar sin perder las raíces. Secar el café entero sin lavarlo no solo es posible: puede ser una oportunidad para las fincas, los jóvenes rurales, el medioambiente y un país que aún tiene mucho por aprender del saber campesino.






martes, 17 de junio de 2025

El poder oculto en la cáscara del mangostino cuida las bacterias buenas del organismo

 El mangostino —un fruto que crece en climas cálidos como el de Mariquita (Tolima)— pasa casi desapercibido en Colombia. Lo curioso de esta fruta de cáscara morada y pulpa blanca es que lo que más pesa de ella no se come: el 70 % es cáscara, y casi siempre se desecha. Justo allí, en lo que tiramos sin pensar, una investigación encontró una posible aliada para nuestra salud intestinal. Según los hallazgos del estudio, esta parte olvidada de la fruta cuidaría las bacterias “buenas” del organismo de manera similar a los productos comerciales como la inulina

Aunque no es originario de Colombia, el mangostino, fruta tropical de los bosques húmedos del sudeste asiático, se adaptó con éxito en América, especialmente en climas cálidos y húmedos como los del Tolima. En municipios como Mariquita algunas familias campesinas lo cultivan con esmero y lo venden en fresco. Esta fruta es apreciada por tener una pulpa de sabor suave, pero pocos prestan atención a lo que queda tras comerla: una cáscara gruesa y amarga que suele terminar en la basura.

Y sin embargo justo allí estaría la clave para cuidar algo fundamental de nuestro cuerpo: la microbiota intestinal. Paula Daniela Sánchez Vega, magíster en Biotecnología de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Medellín, se hizo una pregunta sencilla pero poderosa: ¿y si esa cáscara no fuera solo desecho y sirviera como alimento para las bacterias buenas que habitan en nuestro intestino?

Esas bacterias “buenas”, conocidas como probióticos, ayudan a hacer la digestión, protegen contra infecciones y fortalecen nuestras defensas. Pero, como todo ser vivo, necesitan alimentarse, y es ahí donde entran los prebióticos, que son fibras o compuestos que no digerimos nosotros, pero sí nuestras bacterias buenas; es algo así como ponerles el plato en la mesa.

La hipótesis de la investigadora es que la cáscara del mangostino actuaría como un prebiótico natural, y no solo eso, sino que sería incluso más efectiva que productos ya conocidos como la inulina, una fibra vegetal utilizada para este fin en muchas partes del mundo. El problema es que, en grandes cantidades, la inulina puede causar molestias como hinchazón o malestar estomacal.

Recordemos que la microbiota es el conjunto de microorganismos –como bacterias, hongos y otros microbios– que viven naturalmente en nuestro cuerpo, sobre todo en el intestino. Aunque suene raro, tener “bichitos” adentro es algo bueno, ya que nos ayudan a digerir los alimentos, a defendernos de enfermedades y a mantener el equilibrio en nuestro organismo. Cuidar esa microbiota es como cuidar un jardín interior: si las bacterias buenas están sanas y bien alimentadas, nuestro cuerpo también lo estará.


Para comprobar el efecto de la cáscara del mangostino, la investigadora recogió 10 kg frescos en una finca de Mariquita y los llevó a Medellín. Allí empezó un proceso muy cuidadoso: lavó las frutas, les quitó la pulpa, cortó las cáscaras en pedacitos y las deshidrató. Luego las molió hasta obtener una harina fina, como si fuera café molido.

Con esa harina preparó varios “caldos” o medios de cultivo, que son líquidos especiales donde se pueden sembrar bacterias para ver si crecen, haciendo cuatro tipos distintos: uno con glucosa (azúcar simple, como la que usamos en casa), otro con inulina (el prebiótico comercial), uno con hemicelulosa (una fibra extraída de la misma cáscara), y otro con la harina de cáscara completa.

A cada uno le agregó diferentes bacterias: tres probióticos conocidos por sus beneficios para el intestino: Lactiplantibacillus plantarumLacticaseibacillus paracasei y Bifidobacterium animalis, y una bacteria dañina llamada Escherichia coli, que puede causar diarrea e infecciones. La idea era sencilla: ver cuál medio ayudaba a crecer a las bacterias buenas sin favorecer a las malas.

El resultado fue sorprendente. Según la investigadora, el medio con solo cáscara de mangostino estimuló notablemente el crecimiento de las bacterias buenas, especialmente de L. plantarum, pero no permitió que se desarrollara E. coli. Es decir que la cáscara actuó de forma “inteligente”, promoviendo a las bacterias aliadas y frenando a las perjudiciales.

Para comprobar este efecto, los investigadores midieron cuántas bacterias crecían antes y después de 48 horas de cultivo. Así compararon si el crecimiento era mayor con la cáscara, con inulina o con glucosa. Además calcularon un “puntaje de actividad prebiótica”, que es una fórmula que muestra qué tan bien crecen las bacterias buenas en comparación con las malas(E. coli). Cuanto más alto sea ese puntaje, mejor será el efecto de ese alimento sobre la microbiota intestinal.

Así mismo, al fermentar estas fibras las bacterias producen ácidos como el ácido láctico, el acético y el propiónico, que ayudan a mantener sano el intestino, fortalecen las defensas y combaten la inflamación. Son como productos naturales de limpieza interna, producidos por nuestra propia microbiota cuando le damos lo que necesitan.

Pero eso no es todo, la investigadora fue más allá de simplemente observar. Usó herramientas estadísticas para encontrar la fórmula ideal, es decir cuánta cáscara usar, cuánto tiempo incubar y a qué temperatura. Determinó que con 6,41 gramos por litro de cáscara, a 39,9 °C durante 82 horas, el crecimiento de L. plantarum era óptimo. Esto es crucial si algún día se quiere llevar esta idea a una escala mayor, como producir suplementos o alimentos funcionales.

También intentó extraer un componente específico de la cáscara: la hemicelulosa, una fibra muy prometedora. Aunque la cantidad que logró recuperar fue baja, el medio preparado con ella también ayudó a crecer a otra bacteria buena: B. lactis, lo que sugiere que hay más de un camino para aprovechar la cáscara, y que vale la pena seguir investigando.








lunes, 2 de junio de 2025

Nuevas semillas de maracuyá elevarían la producción nacional hasta 25 toneladas por hectárea

 Ocho nuevas variedades élite de maracuyá, más dulces, resistentes y productivas que las tradicionales, fueron identificadas por investigadores de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL). Estas plantas aumentarían la productividad nacional de 17 a más de 25 toneladas por hectárea y fomentarían su consumo gracias a sus propiedades nutracéuticas, que incluyen antioxidantes, potasio, magnesio y vitaminas A y C.

En Colombia se cultivan más de 12.000 hectáreas de maracuyá en más de 20 departamentos, con una producción anual que supera las 210.000 toneladas, con Antioquia, Meta y Huila como líderes. Sin embargo, el cultivo enfrenta desafíos importantes: bajos rendimientos, escasa tecnificación, uso de semillas no certificadas y una alta incidencia de enfermedades como la fusariosis, causada por hongos del género Fusarium, que generan marchitamiento y pudrición en las plantas.

Para enfrentar este problema, el Grupo de Investigación en Recursos Fitogenéticos (Girfin) de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Palmira desarrolló un proceso de mejoramiento genético que permitió identificar ocho accesiones élite de maracuyá. Estas variedades destacan por su alto rendimiento, mayor porcentaje de pulpa, dulzura y resistencia a plagas y enfermedades. Actualmente se están validando o evaluando en campo con productores de Antioquia, Meta, Caldas, Valle del Cauca y Huila.

Selección genética desde el campo colombiano

Las variedades élite surgieron de un riguroso trabajo de campo realizado en 52 cultivos de 27 departamentos. Inicialmente los investigadores recolectaron muestras en fincas productoras y luego las evaluaron agronómicamente analizando indicadores como rendimiento, contenido de azúcar, porcentaje de pulpa y tolerancia a factores adversos. A través de análisis estadísticos y varios ciclos de selección, identificaron las plantas superiores que hoy permiten avanzar hacia la producción de semilla certificada.

Mientras en Colombia el maracuyá estándar alcanza en promedio 17,2 toneladas por hectárea, las nuevas variedades élite superan las 25 toneladas desde el primer año de producción. Cada fruta contiene más del 50 % de pulpa, un contenido de azúcares con grados Brix superiores a 14,5 y una mayor tolerancia comprobada a las enfermedades más comunes del cultivo.

Además del trabajo en campo, las variedades se caracterizaron genética y molecularmente en laboratorio, lo que permitió verificar su estabilidad y sus ventajas frente al maracuyá convencional. Paralelamente el equipo realizó injertaciones con especies silvestres del mismo género, Passiflora, como la cholupa (Passiflora maliformis), incorporando genes de resistencia a enfermedades.

“Hemos tenido muy buenos resultados con estos sistemas de aprovechamiento de recursos genéticos que no posee el maracuyá pero sí otras especies afines”, explica el profesor Jhon Albeiro Ocampo, líder del Girfin.

Advierte además que “el gran problema de este cultivo es la ausencia de un sistema de semillas confiable: actualmente las plantas que se siembran en el país no cuentan con respaldo genético ni sanitario, lo que aumenta los riesgos para los agricultores y limita el desarrollo técnico del maracuyá”.

Transferencia del conocimiento al agricultor

Como parte de este proceso, el Girfin también ha producido publicaciones científicas y elaboró un manual técnico –disponible en el repositorio institucional– con recomendaciones detalladas sobre densidad de siembra, sistemas de riego, manejo nutricional y control de plagas. Estas herramientas buscan facilitar la adopción del cultivo mejorado por parte de productores y viveristas, fortaleciendo así el vínculo entre la investigación y el campo.

Uno de los grandes desafíos es aumentar el consumo de maracuyá en Colombia. Aunque es una fruta tropical reconocida, su valor nutracéutico, es decir, su capacidad para contribuir a la salud, sigue siendo poco aprovechado. Gracias a su contenido de antioxidantes, vitamina C, potasio y fibra, el maracuyá fortalece el sistema inmunológico, mejora la digestión y apoya la salud cardiovascular.

También contiene compuestos como flavonoides y alcaloides naturales, asociados con efectos calmantes sobre el sistema nervioso, lo que le confiere un valor funcional adicional. Incluirlo en la dieta no solo aporta beneficios nutricionales, sino que además impulsa una cadena productiva con alto potencial económico y social para el país.

Recientemente el profesor Ocampo presentó los resultados del proyecto en el II Congreso Mundial de Pasifloras, realizado en Medellín con la participación de expertos de más de 15 países. Esta visibilidad internacional no solo valida el trabajo científico realizado por el Girfin, sino que también posiciona a Colombia como referente regional en el mejoramiento genético de frutas tropicales con alto valor económico y nutricional.







viernes, 30 de mayo de 2025

El fríjol “mágico” que resiste la sequía y mitigaría el hambre en La Guajira

 En Palmira (Valle del Cauca), científicos cultivan una leguminosa poco conocida que aliviaría el hambre en zonas áridas como La Guajira: el fríjol tépari, una especie originaria de los desiertos mexicanos que resiste temperaturas extremas de hasta 36 °C y usa el agua un 70 % mejor que las variedades locales, lo que lo convierte en una alternativa real frente a la sequía y la desnutrición.

Según la Federación Nacional de Cultivadores de Cereales, Leguminosas y Soya (Fenalce), en 2024 se produjeron en Colombia alrededor de 105.000 toneladas de fríjol, con Nariño, Santander, Huila, Antioquia y Cesar como los departamentos con mayor concentración de esta producción, gracias a sus lluvias abundantes. En contraste, regiones como La Guajira, con climas áridos y secos, enfrentan serias dificultades para cultivarlo.

La investigación del ingeniero agrónomo Javier Mauricio Gereda, magíster en Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Palmira, apunta a combatir la desnutrición con ciencia.

Los análisis de la Alianza de Bioversity International y el Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT) demostraron que una cucharada de fríjol tépari contiene hasta cuatro veces más proteína, antioxidantes, hierro y otros nutrientes que una variedad convencional, convirtiéndolo en una posible respuesta frente al hambre y la desnutrición que persisten en el país.

En alianza con la Fundación Team Colombia Innovación Educativa, el magíster planea lanzar el proyecto “Una semilla para salvar el mundo” (enlace al sitio), iniciativa que busca usar el fríjol tépari como base para jornadas pedagógicas en cinco colegios de Palmira en situación de pobreza extrema y en la Fundación Wayuu Anashii, en La Guajira.

“Con solo 47 gramos de fríjol tépari al día, un estudiante cubriría sus necesidades nutricionales básicas. Por eso el proyecto también busca que los niños lo cultiven sin riego ni pesticidas, conectando nutrición y sostenibilidad desde la escuela”, afirma el investigador.

Recrear el desierto en el trópico

Para comprobar su resistencia al calor y la sequía, el investigador evaluó dos variedades de fríjol tépari –una silvestre y una domesticada– bajo condiciones extremas. Las cultivó en materas con tierra preparada en laboratorio, simulando el ambiente árido de su lugar de origen.

Mientras algunas plantas recibieron riego normal otras se sometieron a distintos niveles de sequía: 25, 50 y 75 % de humedad, y un grupo sin agua. Todas crecieron en temperaturas constantes superiores a 36 °C, similares a las de La Guajira.


Durante 83 días se midieron variables como cuánta agua perdían por las hojas (transpiración), qué tanto calor podían soportar sin marchitarse (temperatura foliar), y qué tan activas seguían internamente (fotosíntesis). Además se usaron sensores como el MultispeQ, que permite revisar  en segundos el “estado de salud” de una hoja y una planta. También se registraron otros datos físicos, como el número de flores, vainas y granos, la altura, el área foliar, la capacitancia de las raíces y el peso de la planta seca (biomasa), para comprender su rendimiento completo en cada tipo de condición.
Para entender si dicha leguminosa seguía funcionando internamente, el magíster midió la fluorescencia de la clorofila, que, en palabras sencillas, es como tomarles una radiografía a las hojas para saber si la planta sigue utilizando la luz, incluso cuando parece estar bajo mucho estrés. También se estandarizó un protocolo para medir qué tanto resiste una planta la sequía y a qué temperatura, un aporte para cualquier persona interesada en el tema.

El resultado fue claro: el fríjol tépari silvestre fue el más resistente. No solo sobrevivió sin marchitarse, sino que además siguió creciendo, haciendo fotosíntesis y produciendo grano incluso con muy poca agua, algo que otras variedades no lograron.

Uno de los hallazgos más relevantes fue su eficiencia en el uso del agua: la planta produjo hasta 9,9 gramos de biomasa por cada litro utilizado, un 40 % más que otras variedades. También presentó una transpiración controlada –es decir que no desperdicia el agua– y hojas más frescas, lo que indica que puede resistir el calor sin apagarse por dentro.

Aunque en Colombia aún no se cultiva comercialmente, el fríjol tepari comienza a llamar la atención por su resistencia a la sequía, alto valor nutricional y capacidad de producción. Actualmente la Alianza de Bioversity International y el CIAT conserva 326 variedades de esta especie en su Banco de Germoplasma, con el objetivo de que en el futuro se puedan sembrar en campos reales y no solo en laboratorios.

Además, cualquier persona interesada puede solicitar este material de manera gratuita y en línea a través del sitio web de la Alianza (https://alliancebioversityciat.org/es/solicitud-de-material-banco-de-germoplasma), lo que abre la puerta a una nueva opción agrícola para regiones colombianas afectadas por la sequía.

Según el Instituto Nacional de Salud, entre enero y marzo de 2024 se reportaron en La Guajira 649 casos de desnutrición aguda, moderada y severa en niños y niñas menores de cinco años, el 84 % en población indígena, un panorama que ocurre hace muchos años y que ya no da espera, pero que con la ayuda de este fríjol “mágico” comenzaría a ser más alentador en el futuro.

“Esta es una solución real para los productores, quienes ya no tendrían que usar litros de agua por planta para todo un ciclo de cosecha, sino que con pocos mililitros aplicados por planta sería suficiente para tener buena productividad del fríjol”, expresa el magíster de la UNAL.






martes, 27 de mayo de 2025

Sábila y caléndula, alternativas naturales para tratar el acné sin antibióticos

 El acné común o vulgar puede dejar cicatrices físicas y emocionales. Frente a los efectos adversos de los antibióticos usados para combatirlo, la medicina alternativa ofrece opciones más seguras, como la sábila y la caléndula, plantas que se aplican sobre la piel y ayudan a desinflamar, cicatrizar y combatir bacterias.

Esta enfermedad inflamatoria crónica de la piel afecta especialmente a adolescentes y adultos jóvenes, aunque se puede presentar a cualquier edad, sin distinción de sexo o condición social. Se estima que hasta el 90 % de las personas entre los 12 y 25 años lo padecen; después de los 25 su frecuencia baja al 3 % en hombres y al 12 % en mujeres, y después de los 45 años desciende al 1 %. Algunos estudios indican que es menos frecuente en personas afrodescendientes y asiáticas, en comparación con quienes tienen piel clara o ascendencia europea.

Se manifiesta con pústulas o protuberancias con pus, que surgen cuando hay exceso de sebo o alteraciones en la queratina, una proteína presente en la piel, el cabello y las uñas. Esta combinación puede obstruir los poros y favorecer la acumulación de bacterias, lo que provoca inflamación. También puede estar asociado con desequilibrios hormonales.

Las zonas del cuerpo donde más suele aparecer el acné son la cara y el tórax, lo que genera un alto impacto estético y una creciente demanda en los servicios de salud. Aunque no es una enfermedad incapacitante, sí puede dejar secuelas físicas como cicatrices e hiperpigmentación, además de consecuencias emocionales: ansiedad, depresión, baja autoestima y aislamiento social.

Consciente del impacto físico y emocional del acné y de las limitaciones de los tratamientos convencionales —que incluyen antibióticos, retinoides, queratolíticos, anticonceptivos y bloqueadores hormonales—, el médico Juan David Guarín García, magíster en Medicina Alternativa de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), decidió investigar la efectividad de las plantas medicinales como tratamiento complementario o alternativo.

“Buscábamos explorar qué alternativas terapéuticas nos ofrece la fitoterapia, pensando especialmente en los pacientes que tienen dificultades para acceder a estos medicamentos, los que viven en zonas rurales y las personas de escasos recursos”, explica el investigador.

Acné y plantas: qué dice la ciencia

En el mundo más de 2.000 estudios han documentado la eficacia y seguridad del uso de plantas medicinales para tratar el acné. Con base en esa evidencia, la investigación del médico Guarín consistió en una revisión sistemática de la literatura científica publicada en bases de datos internacionales. De 2.721 estudios seleccionó 38, con un total de 4.539 participantes y 167 especies distintas de plantas. Solo el 29,3 % de esas especies se encuentran en Colombia.

Entre las plantas más efectivas y asequibles se destacan la sábila y la caléndula, ampliamente disponibles en el país; según el doctor Guarín, ambas demostraron propiedades antiinflamatorias, cicatrizantes y antimicrobianas.

Otras especies presentes en distintas regiones del país incluyen jengibre, romero, canela, té negro y té verde, equinácea, avena, manzanilla, albahaca, diente de león, mandarina, cebolla, coco, mangostino, gulupa, madreselva, pimienta, naranjo dulce, caracolito y oreja de ratón, entre otras.

La investigación también identificó 23 fórmulas herbales compuestas por entre 3 y 28 ingredientes. Solo una de ellas está conformada en su totalidad por especies presentes en Colombia: se trata de la fórmula Zimade Muhasa, de origen árabe (medicina Unani), elaborada con regaliz indio, acacia amarilla, lirio cárdeno y neem, también conocido como margosa o árbol milagroso.

Además de respaldar sus hallazgos con literatura científica, el médico Guarín ha utilizado estas plantas en su práctica clínica, ya sea como tratamiento principal o como complemento a los medicamentos convencionales según las condiciones de cada paciente, con resultados positivos.

¿Cómo usarlas?

El uso recomendado de estas plantas es tópico, es decir aplicado directamente sobre la piel. En el caso de la sábila, el médico Guarín sugiere eliminar el líquido amarillo que contiene aloína y después extraer el mucílago —la parte gelatinosa del interior de la penca—, que se puede aplicar sobre las lesiones, y al refrigerarla se potencia su efecto antiinflamatorio, especialmente cuando la piel está enrojecida o adolorida.

Por su parte la caléndula se puede usar en cremas, ungüentos, infusiones concentradas o emplastes aplicados directamente sobre el área afectada. Sus propiedades desinfectantes, cicatrizantes y antiinflamatorias han sido ampliamente documentadas.