El aire cambia apenas se cruza el umbral de uno de los 9 invernaderos de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL). Mientras afuera está el bullicio del tráfico bogotano, adentro el silencio se vuelve compañía. Entre olor a cilantro y tierra húmeda, estudiantes siembran y cosechan en el “Aula Viva”, espacio donde germina una estrategia institucional de economía circular que conecta formación, investigación y extensión con la producción de alimentos para la comunidad universitaria.
Concebida en 2022 y 2023 como respuesta a la necesidad de
aprovechar estos espacios y asegurar soberanía alimentaria para miles de
jóvenes, el Aula Viva trasciende hoy lo material y se reafirma como una
experiencia de comunidad y memoria, gracias a la decidida gestión y
compromiso de la actual administración de la UNAL.
Así, la siembra de tomate, cebolla, lechuga y arveja forma parte de una oferta que ya no se mide en kilos sino en nutrición y cuidado de la vida universitaria. En más de 30.000 m2, la tierra se convierte en extensión del aula y cada hoja verde narra una historia de comunidad, aprendizaje y sentido de pertenencia.
“El Aula Viva no es solo un lugar para cultivar hortalizas, es un laboratorio con 9 invernaderos donde los estudiantes aprenden a sembrar conocimiento, a cosechar comunidad y a devolverle bienestar a toda la Universidad”, afirma el profesor Nicolás Duarte, de la Facultad de Ciencias Agrarias, encargado de esta estrategia de la UNAL Sede Bogotá.
Por su parte, desde la casa madre del Aula Viva de Saberes
Ancestrales, Gloria Inés Muñoz, líder de la Red Intercultural de Saberes
Ancestrales y Tradicionales del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones
Internacionales (Iepri), resume el papel de la economía circular en una frase:
“sembrar no es solo producir, es tejer nación”.
Sus palabras reflejan que el proyecto no se limita a
garantizar comida en los platos, sino que además asegura pertenencia,
identidad, y la certeza de que cada hoja cultivada sostiene de alguna manera la
vida de quienes pasan por la Universidad.
El latido colectivo del Aula Viva
Entre surcos de tomate, cebolla y arveja, la voz de Samuel
Largo, estudiante auxiliar de la Facultad de Ciencias Agrarias, expresa lo que
significa este espacio de comunión: “aquí dejamos de ver la agricultura como un
cálculo en el tablero y la sentimos en las manos, en la espalda, en el sudor.
Es en ese contacto con la tierra donde realmente entendemos lo que significa
nuestra profesión”.
“Aquí no solo sembramos, también acompañamos cada paso:
pedimos insumos, organizamos pedidos, llevamos las canastillas y vemos cómo lo
que cultivamos termina en las manos de quienes cocinan para la Universidad. Es
bonito sentir que cada tarea, por pequeña que parezca, alimenta a miles de
compañeros”, dice Ivonne Lee, estudiante auxiliar de la Facultad de Ciencias
Agrarias.
El movimiento es constante, como una respiración colectiva
que late entre los invernaderos. Unos siembran, otros riegan, algunos cargan
canastillas y otros anotan pedidos, todos unidos en el mismo ciclo de vida que
nunca se detiene y avanza hacia otros escenarios del campus.
De la tierra a la cocina
La vida de la huerta no termina en la cosecha. En las
cocinas universitarias, manos expertas convierten esas hortalizas en
almuerzos que alimentan a miles de personas. Con mucho amor, el sonido de los
cuchillos contra la tabla se mezcla con el aroma del cilantro y el hervor de
las ollas. “Es como volver al campo, aunque estemos en medio de la ciudad”,
menciona una de las cocineras.
Lo que comenzó como semilla en la tierra se convierte en
alimento caliente en el plato, cerrando un ciclo que une a estudiantes y
cocineras en la misma apuesta de bienestar.
En el Aula Viva el cuidado nutricional es el hilo que
orienta cada decisión. Las hortalizas que se cultivan allí no se planean solo
por la facilidad de su cultivo sino porque aportan vitaminas, fibra y frescura,
indispensables en la dieta estudiantil. La entrega de tomates, cebollas,
lechugas y arvejas se programa con antelación según los menús de los comedores,
y los pedidos se organizan con rigurosidad: listas semanales, registros de
cantidades y entregas puntuales garantizan que lo que nace de la tierra llegue
sin demora al plato.
La estudiante Lee, quien experimenta el Aula Viva como un
espacio donde el trabajo de la tierra se mezcla con la crianza y la vida
familiar, también experimenta el ciclo de forma integral. Cada día ella revive
una dinámica en la que la siembra y la comercialización forman parte de su
rutina. Pero más allá de la logística, este espacio se ha convertido en un
lugar donde su vida personal y laboral se entrelazan. Sus hijos caminan entre
los invernaderos con naturalidad, reconocen los lotes y acompañan el quehacer
de una joven soñadora.
Esa escena cotidiana revela el impacto social del proyecto.
Los huertos no solo alimentan a los estudiantes, sino que además se convierten
en un escenario de crianza, enseñanza y comunidad donde las nuevas generaciones
aprenden a valorar la tierra como parte de su vida.
Bienestar que trasciende el aula
El profesor Helver Balaguera, director de Bienestar de la
Facultad de Ciencias Agrarias, recuerda que la presencia de tantos jóvenes
interesados en esta estrategia le da al proyecto un carácter colectivo que
trasciende lo académico. Para muchos, trabajar en los invernaderos también es
una manera de sentirse útiles, de encontrar tranquilidad y de generar vínculos
más allá del aula tradicional.
La atención de los estudiantes hacia el Aula Viva es
constante. Algunos llegan por compromiso institucional, pero permanecen porque
descubren en la tierra un refugio contra la presión de la ciudad y una
oportunidad para aportar al bienestar de toda la comunidad universitaria. Así,
la siembra se convierte en un acto de solidaridad donde cada hora invertida
regresa en forma de alimento compartido.
El proyecto no solo alimenta estómagos, también nutre la
vida universitaria. Según el profesor Balaguera, “producir alimentos para un
semejante es una labor muy noble. Nuestros estudiantes lo hacen con orgullo, se
sienten identificados. Muchos confiesan que acuden a los invernaderos a
descansar del ruido de la ciudad, a socializar o simplemente a sentirse en el
campo sin salir del campus. El bienestar se multiplica en formas visibles e
invisibles”.
Entre las manos que cultivan y cocinan también se escuchan
acentos de otras latitudes. Yana, estudiante alemana de la Especialización en
Diseño, recuerda que para ella fue un “shock cultural” encontrarse
con estos espacios, aunque pronto ese asombro se transformó en gratitud. “Me
gusta mucho el lugar porque la gente es muy amable y la comida es rica y
tradicional”, afirma. Su mirada confirma que en el Aula Viva no solo se siembra
alimento, sino que allí germinan hospitalidad, diversidad y un sentido de
comunidad sin fronteras.
El círculo se cierra incluso con lo que parece un desecho.
Los restos de hojas, tallos y raíces que no llegan a la cocina se llevan a la
compostera, un espacio construido hace pocos años detrás de los invernaderos.
Allí, la materia se transforma en abono y vuelve a la tierra como alimento para
nuevos cultivos. Así no se pierde nada: lo que un día fue descarte se convierte
en futuro, recordando que la economía circular no es solo un concepto académico
sino una práctica diaria que respira en cada rincón de las aulas vivas.
El sol comienza a caer y las hojas del tomate brillan con un
verde intenso. En el aire flota una calma extraña, casi rural, que contrasta
con el cemento que rodea el campus. La tierra nutre, los estudiantes siembran,
los cocineros transforman y los comedores alimentan. En este ciclo, la economía
circular se convierte en un acto colectivo donde la Universidad cultiva no solo
alimentos, sino también comunidad, memoria y bienestar.