La sigatoka negra es una de las enfermedades más destructivas para los cultivos de banano y plátano en el mundo, y los fungicidas químicos utilizados para su control están perdiendo efectividad debido a que el hongo se ha vuelto resistente. Ante este panorama, un estudio bioinformático identificó 12 genes en este microorganismo que se podrían modificar para controlar su infección.
Esta patología es causada por el hongo Pseudocercospora
fijiensis y puede llevar a pérdidas de hasta el 100 % en los
cultivos. Los síntomas incluyen necrosis en las hojas, reducción de la
capacidad de hacer fotosíntesis y disminución en el tiempo de maduración de los
frutos, lo que hace que crezcan de forma inadecuada para su comercialización.
“Por su importancia, los fungicidas químicos para controlar
la enfermedad representan hoy entre el 20 y el 30 % de los costos de
producción y han desencadenado que el hongo se vuelva resistente, llevando a la
necesidad de incrementar las dosis y frecuencias de aplicación, lo que implica
más gastos y posibles afectaciones en la salud y el medioambiente”, explica
Javier Mauricio Torres, Ph. D. en Biotecnología de la Universidad Nacional
de Colombia (UNAL) Sede Medellín.
Por eso, y teniendo en cuenta que la industria bananera es
el tercer sector de exportación agrícola más importante de Colombia después del
café y las flores, el investigador se propuso trabajar con el grupo de
investigación en Biotecnología Vegetal Unalmed-CIB, de la UNAL Sede Medellín,
para estudiar a nivel molecular y genético qué es lo que les permite a los
hongos infectar y colonizar las plantas.
“Análisis como estos nos dan pistas para diseñar estrategias
efectivas de control o mitigación de la enfermedad, pues al conocer los genes
críticos se pueden crear métodos específicos para inhibir su función, bien sea
a través de fungicidas dirigidos o mediante la manipulación genética de las
plantas para generar resistencia”, agrega.
Exámenes y comparaciones de cientos de genes
Para emprender esta tarea el investigador se sirvió de la
Bioinformática, una disciplina que utiliza tecnologías computacionales para
analizar datos biológicos; colectó hojas necrosadas en Urabá y Santa Marta, las
llevó al laboratorio, aisló el hongo y le extrajo muestras de ADN. “Estas las
enviamos a Estados Unidos para hacer la secuenciación genética. Desde allí nos
enviaron todos los datos con los que trabajamos: el ADN de 27 hongos de la
misma especie y 3 de especies cercanas, incluyendo datos de algunos de zonas
geográficas como África, Oceanía, Costa Rica y Ecuador”.
Posteriormente, a través de métodos informáticos –que
otorgan un “valor evolutivo” a cada gen según su posible influencia en la
infección– filtró hasta obtener 12 genes posiblemente importantes. “Con esto
claro se pueden ‘intervenir’ en laboratorio para observar cómo cambia la acción
del hongo. Además, al hacer la comparación genética entre ellos, teniendo en
cuenta los diferentes lugares de procedencia, vimos que presentan diferencias
parciales, por lo que prevemos que una estrategia de control muy específica
usada en Urabá, quizá no serviría en Santa Marta”.
Poner a prueba el hongo: una bacteria como vehículo
Los estudios de transcriptómica y genómica son en esencia
teóricos, por lo que para comprobar los hallazgos es necesario hacer pruebas
experimentales en laboratorio. “De esos 12 genes candidatos elegimos 2 para
aplicarles una metodología que genera un “nocaut”, es decir que daña el gen de
un microorganismo para ver cómo reacciona, si cambian sus funciones o, en este
caso, su capacidad de generar infección”, continúa.
Se trata de una técnica de transformación genética que
utiliza como “vehículo” una bacteria llamada Agrobacterium. Dentro
de ella se introduce una proteína fluorescente que tiene la “indicación” de
romper o interponerse en un gen específico. “Así comprobamos que sí es posible
hacer esta modificación y vimos que estos dos genes resultaban letales, es
decir, al dañarlos se mataba al hongo, lo que aún no es un resultado
concluyente, pero deja abierta la puerta para trabajos subsecuentes en los que
se examinen otros genes y otras metodologías más específicas”.
Finalmente, otro tipo de investigaciones se relacionarían
con la identificación de moléculas que interactúen con los 12 genes
identificados. “Todo esto nos plantea posibles alternativas biotecnológicas
frente a los fungicidas, lo que ahorraría costos, evitaría pérdidas en los
cultivos y haría a esta industria ambientalmente más sostenible”.
Esta investigación fue dirigida y codirigida por los
profesores Rafael Eduardo Arango Isaza, de la Facultad de Ciencias, y Juan
Gonzalo Morales Osorio, de la Facultad de Ciencias Agrarias de la UNAL Sede
Medellín. Asimismo tuvo el apoyo del grupo de Biotecnología Vegetal Unalmed-CIB
y la Asociación de Bananeros de Colombia Augura.
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