En los resguardos Andoque de Aduche y Villa Azul (Caquetá), La Fuga (Guaviare) y el cabildo Tikuna de Leticia (Amazonas), un análisis genético de 126 cultivares de yuca reveló que las diferencias en su ADN no dependen del territorio ni del grupo indígena sino de los usos y las prácticas culturales transmitidas por generaciones. En la Amazonía, la cultura ha sido tan determinante como la naturaleza en la evolución del cultivo más emblemático de la selva.
Esta raíz, cultivada en los 32 departamentos de Colombia y
base de la dieta de millones de personas, sostiene la seguridad alimentaria de
comunidades campesinas e indígenas que la siembran, transforman y conservan
desde tiempos ancestrales. Resistente a los suelos pobres y a las sequías, la
yuca ha sido reconocida por la FAO como uno de los cultivos estratégicos frente
al cambio climático.
En la Amazonia el tubérculo significa abundancia y
continuidad de la vida, y cada familia cuida sus propias variedades en la
chagra. Allí nace la investigación del biólogo Andrés David Jiménez Maldonado,
magíster en Ciencias – Biología de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL),
interesado en comprender cómo el conocimiento tradicional –transmitido entre
abuelas chagreras y sabedores– moldea la diversidad de un cultivo que también
sostiene la identidad y la espiritualidad.
La investigación unió el trabajo científico con los
conocimientos tradicionales de las comunidades. Durante varios meses, el
biólogo recorrió el resguardo Andoque de Aduche, en Araracuara (Caquetá); Villa
Azul, en Solano (Caquetá); La Fuga, en Calamar (Guaviare); y el cabildo
indígena Tikuna, en Leticia (Amazonas), con cuyos habitantes construyó una
metodología participativa que combinó entrevistas, observación y trabajo
comunitario.
En las malokas conversó con los sabedores, guardianes de la
historia y la medicina del territorio, y en las chagras compartió el trabajo
diario con las mujeres, quienes le explicaron cómo identifican cada tipo de
yuca por su textura, color o sabor, y cómo el uso que se le da determina su
valor cultural.
Huella medible en los genes de la yuca
El investigador tomó pequeñas muestras de hoja de cada una
de las 126 variedades, que luego analizó en el laboratorio del grupo Manihot
Biotech de la UNAL, en donde extrajo el material genético para buscar sus
diferencias internas.
Como en Colombia aún no existe la infraestructura para
procesar miles de fragmentos genéticos al mismo tiempo, las muestras se
enviaron a un laboratorio internacional especializado en genotipificación por
secuenciación, técnica que permite identificar miles de pequeñas variaciones en
el ADN y determinar qué tan emparentadas están unas plantas con otras.
El resultado fue un mapa con más de 47.000 diferencias
genéticas en los 18 cromosomas de la planta. Al cruzar esos datos con la
información recogida en los resguardos, el patrón fue claro: las plantas no se
agrupan por la región ni por el pueblo que las cultiva, sino por los usos que
las comunidades les dan.
Así, las variedades amarillas se emplean para elaborar
fariña, alimento básico que acompaña casi todas las comidas; las blancas se
destinan a la obtención de almidón, usado para preparar panes, casabes o
tortillas y otros alimentos que se comparten en reuniones familiares; las
dulces se consumen recién cosechadas; y las de manicuera tienen un valor
simbólico y espiritual, pues se emplean en bebidas y rituales que evocan el
origen de la humanidad según las narraciones indígenas.
Lo más revelador fue que estas agrupaciones coincidieron con
los resultados de laboratorio. “La estructura genética de las plantas mostró el
mismo patrón que la clasificación cultural, es decir que las yucas de un mismo
uso compartían mayor similitud genética entre sí, aunque crecieran en regiones
distantes o pertenecieran a pueblos diferentes”, destaca el magíster.
Esa significativa correspondencia entre el ADN y el
conocimiento etnobotánico confirmó que las prácticas agrícolas y los
intercambios entre familias han modelado la evolución del cultivo tanto como
los factores naturales; en otras palabras, la cultura dejó una huella medible
en los genes de la yuca.
Donde empezó la diversidad
El estudio permitió reconocer el papel de los cultivares de
origen, es decir las variedades que, según las narraciones indígenas, fueron
entregadas por el creador a los primeros pueblos. Estas plantas son
consideradas como semillas fundacionales y guardianas de la identidad cultural.
Además, los análisis genéticos mostraron que son las que presentan mayor
distancia genética frente al resto de las muestras, lo que las convierte en un
reservorio de diversidad única dentro del conjunto amazónico.
Para las comunidades, conservar estas yucas equivale a
proteger su historia, pues ellas representan no solo la base de la
alimentación, sino también la continuidad espiritual de los pueblos. “Los
cultivares de origen son los que se cuidan con más esmero, los que no se
intercambian fácilmente, y los que se siembran siguiendo las normas
tradicionales de cada etnia. Su preservación depende de la transmisión oral de
conocimientos, de la lengua y de la práctica cotidiana en la chagra”, relata el
investigador.
Así mismo, mostró que los intercambios de estacas y semillas
en celebraciones, matrimonios o trueques comunales han sido una fuente decisiva
de diversidad. Las mujeres que migran por matrimonio suelen llevar consigo sus
cultivares, lo que ha permitido que dos yucas sembradas a cientos de kilómetros
puedan ser hermanas genéticamente, un reflejo del vínculo entre cultura,
territorio y evolución.
De igual manera, el investigador evidenció que los procesos
de intercambio, experimentación y selección cultural son tan determinantes como
la adaptación ecológica. “Comprender esta relación es esencial para proteger
tanto la biodiversidad como los sistemas de conocimiento que la sostienen”,
señala el biólogo Jiménez.
También advierte que “la pérdida de lengua y de costumbres
tradicionales amenaza directamente esa diversidad, porque en cada palabra y en
cada práctica está codificado el conocimiento sobre las plantas. Si las nuevas
generaciones dejan de aprender su idioma y su historia, se perderán no solo las
semillas sino también la memoria genética y cultural que ellas representan”.



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