martes, 28 de octubre de 2025

Cerezas argentinas comienzan la temporada con buena calidad y con foco en el mercado interno

 Comenzó la temporada 2025 de cerezas argentinas. Para conocer más detalles, Portalfruticola .com conversó con el gerente general de la Cámara Argentina de Productores de Cerezas Integrados (CAPCI), Aníbal Caminiti, quien explicó que las primeras cosechas se han realizado en Mendoza y se están destinando al mercado interno.

Además, indicó que se proyecta que en las próximas semanas comience la cosecha de cerezas desde Río Negro y Neuquén.

Caminiti dijo: “En Argentina siempre el inicio de la temporada se aprovecha en el mercado interno porque tiene muy buenos retornos”. 

Añadió que actualmente se están cosechando variedades tempranas como Royal Lee y otras de la línea Royal, principalmente con destino local, mientras que variedades como Nimba y Pacific Red se preparan para los primeros envíos al exterior.

Según explicó el ejecutivo, Mendoza concentra la mayor superficie de producción del país, aunque solo el 10% de su volumen total se exporta. “Es una provincia que históricamente abastece el mercado interno. Además, las cerezas más tempranas provienen de zonas que no están libres de mosca de la fruta, por lo cual no pueden exportarse a China. Aun así, logran mejores precios localmente y con menores costos”.

Cerezas argentinas 

Consultado sobre la calidad y condición de la fruta, Caminiti indicó que las primeras cosechas muestran muy buenos resultados.

“Las variedades tempranas tuvieron un excelente clima. Se cumplieron las horas de frío necesarias, aunque la calidad en cómo se acumularon (las horas frío) no fue óptima. Lo cual genera cierta heterogeneidad en las regiones del centro y sur del país”.

Caminiti precisó que las regiones de Río Negro y Neuquén podrían registrar una ligera merma respecto a la campaña pasada, mientras que en Chubut la producción se mantiene firme, aunque con algunos daños por heladas en sectores puntuales. 

Comentó que, en general, la cosecha está adelantada entre tres y cuatro días respecto del 2024.

Desafíos de la temporada 

Respecto de los desafíos del sector, Caminiti señaló que cada región enfrenta realidades distintas, pero fue claro al decir que la necesidad mayor es mantener la calidad como eje estratégico frente al aumento de la oferta chilena en los mercados internacionales.

“El mercado europeo es muy sensible a la sobreoferta y Chile sigue incrementando su volumen. Por eso, Argentina debe apostar a la diferenciación y al trabajo en nichos de alto valor”, dijo.

Puntualizó que, a diferencia de Chile, la producción argentina se caracteriza por ser de menor escala. “El 100% de nuestros productores son integrados: producen, empacan y exportan. Eso nos permite controlar la calidad desde el campo hasta el cliente final”.

Agregó que las exportaciones de las cerezas argentinas se realizan principalmente vía aérea. "El 84% de las exportaciones del año pasado fueron por palet aéreo, lo que nos da flexibilidad para atender mercados pequeños donde Chile no llega”, detalló.

Finalmente, Caminiti destacó el carácter dinámico del negocio de la cereza: “No hay dos temporadas iguales. Cada año nos plantea nuevos desafíos, tanto en lo agronómico como en los mercados. Esa dinámica es lo que hace apasionante a esta actividad”.


 

lunes, 27 de octubre de 2025

Cinco tipos de papa criolla usan mejor el nitrógeno del suelo

 La papa criolla no solo es amarilla y redonda, también puede ser morada, alargada y ovalada. Pero sus diferencias no se quedan en la apariencia o el sabor. Un estudio realizado en laboratorio reveló que algunas variedades logran usar con mayor eficiencia el nitrógeno del suelo, nutriente esencial para su crecimiento. Tras analizar más de 100 tipos genéticos, una experta en Ciencias Agrarias identificó 5 genotipos con mejor aprovechamiento de este elemento y 3 genes que explicarían esa capacidad, un avance que ayudaría a reducir el uso de fertilizantes.

“El problema con los fertilizantes nitrogenados en el país es que los cultivadores aplican demasiado en sus cultivos de papa”, explica la ingeniera agrónoma Aura Natalia Jiménez Medrano, magíster en Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), quien ha estudiado de cerca este tema, especialmente en la papa criolla del tipo Phureja o “yema de huevo”, la variedad amarilla tradicional que suele acompañar el ajíaco o las picadas.

Según la experta, durante la cocción o fritura el exceso de nitrógeno en los tubérculos puede favorecer la formación de acrilamidas, compuestos que en altas concentraciones se han asociado con efectos carcinogénicos a largo plazo.

Además del impacto en la salud, el uso desmedido de fertilizantes también afecta los ecosistemas. Aunque en Colombia no se ha determinado con precisión cuánto nitrógeno termina en ríos, lagunas o embalses, sí se sabe que contribuye a la eutrofización, proceso en el que las algas proliferan excesivamente y consumen el oxígeno disponible afectando a los peces y otras especies. Muchos cultivos de papa están cerca de zonas de páramo, en donde ya se han documentado alteraciones por el exceso de este elemento, aunque aún faltan estudios detallados sobre su magnitud.

En Europa existen regulaciones estrictas sobre el contenido de nitratos en la papa, sobre todo en las variedades tetraploides (con cuatro pares de cromosomas), similares a la pastusa o la sabanera cultivadas en Colombia. En el país no existe tal control y la papa criolla (diplode) ha estado rezagada respecto a esta problemática.

Consciente de la necesidad de reducir el uso de fertilizantes —que puede alcanzar hasta 250 kilogramos por hectárea en cada cultivo de papa criolla—, la magíster realizó un experimento con más de 100 tipos genéticos de la colección de la Facultad de Ciencias Agrarias de la UNAL, con ejemplares de distintos tamaños, colores y formas.

El objetivo fue determinar cuáles aprovechan mejor el nitrógeno, pues hasta ahora se ha comprobado que las papas criollas solo absorben en promedio cerca del 50 % del nitrógeno aplicado al suelo, lo que pone en entredicho la práctica de usar más fertilizante para compensar las pérdidas.

Las variedades del futuro

Durante varios meses, la investigadora cultivo en macetas cientos de plantas de papa criolla en condiciones controladas, dentro de un invernadero. Allí recreó dos escenarios: uno con 0,56 gramos de nitrógeno (tratamiento bajo) por cada planta (bajo suministro) y otro con 1,78 gramos de nitrógeno aproximadamente (alto suministro); es como si pusiera a unas plantas a comer poco y a otras a comer mucho. El objetivo era observar cuáles seguían creciendo fuertes aun con menos fertilizante.

Cada planta se evaluó como si fuera un paciente en un chequeo médico: se midió el contenido de clorofila de las hojas, el tamaño, el número de tubérculos, el contenido de nitrógeno y carbono en sus tejidos, y los índices de la utilización del nitrógeno, variables que permitieron determinar qué tan “eficiente” era cada una en el uso del nutriente.

“Al aumentar el fertilizante los tubérculos no crecían más, el nitrógeno se desperdiciaba en exceso de follaje, confirmando que más no siempre es mejor. Sin embargo, 5 genotipos de papa criolla mantuvieron un desarrollo saludable de tubérculos y raíces, pese a la escasez de nitrógeno, señal de un uso más eficiente del nutriente”, explica la ingeniera.

En total midió más de 10 características fisiológicas y químicas, entre ellas contenido de clorofila en las hojas, biomasa, número de tubérculos, y contenido de nitrógeno y carbono en tubérculos y hojas. Las plantas que usaban mejor el nitrógeno en su organismo tuvieron más clorofila y contenido de nitrógeno en tejidos, y la producción de tubérculos superó el promedio del resto de las plantas.

La respuesta está en el ADN

Para entender esta capacidad, en el Laboratorio de Biología Molecular la magíster extrajo el ADN de las hojas jóvenes y aplicó técnicas de amplificación por PCR (reacción en cadena de la polimerasa) y halló 3 genes esenciales: AMT1.1, que transporta el nitrógeno desde el suelo; 2-OGD, una enzima que lo convierte en aminoácidos y proteínas; y PPR, que regula el metabolismo y ayuda a la planta a responder al estrés por falta de nutrientes

Estos genes, que presentaron marcadores moleculares asociados con el “uso eficiente del nitrógeno”, se convierten ahora en una herramienta para los programas de mejoramiento de papa en Colombia. En el futuro se podrían usar para seleccionar o cruzar variedades criollas más eficientes, capaces de crecer con menos fertilizante sin perder productividad.

Los datos se obtuvieron con un medidor SPAD-502, el cual registra la clorofila en las hojas, un analizador elemental por combustión (método Dumas) para medir carbono y nitrógeno en tubérculos, tallos y hojas, y calculó la biomasa total pesando las plantas tras secarlas a temperatura controlada.

Más allá de los datos de laboratorio, el trabajo apunta a algo profundamente humano: mejorar la vida tanto de quienes cultivan la papa como del consumidor final. Si las variedades criollas más eficientes llegan a los campos, los agricultores reducirían el uso de fertilizantes hasta en un tercio, gastarían menos dinero y evitarían que los suelos y las fuentes de agua se sigan deteriorando.

Cada avance cuenta en un país que produce más de 2,5 millones de toneladas de papa al año, según datos de la Federación Colombiana de Productores de Papa. Los genotipos eficientes en el  uso del nitrógeno transformarían los cultivos de Boyacá, Cundinamarca, Nariño y Antioquia, reduciendo el gasto en fertilizantes y el daño ambiental. Sembrar con ciencia también es sembrar futuro, porque detrás de cada papa criolla está la historia y el trabajo de miles de familias que hacen posible la alimentación diaria de los colombianos.







jueves, 23 de octubre de 2025

Genética de la yuca amazónica guarda la huella cultural de los pueblos indígenas

 En los resguardos Andoque de Aduche y Villa Azul (Caquetá), La Fuga (Guaviare) y el cabildo Tikuna de Leticia (Amazonas), un análisis genético de 126 cultivares de yuca reveló que las diferencias en su ADN no dependen del territorio ni del grupo indígena sino de los usos y las prácticas culturales transmitidas por generaciones. En la Amazonía, la cultura ha sido tan determinante como la naturaleza en la evolución del cultivo más emblemático de la selva.

Esta raíz, cultivada en los 32 departamentos de Colombia y base de la dieta de millones de personas, sostiene la seguridad alimentaria de comunidades campesinas e indígenas que la siembran, transforman y conservan desde tiempos ancestrales. Resistente a los suelos pobres y a las sequías, la yuca ha sido reconocida por la FAO como uno de los cultivos estratégicos frente al cambio climático.

En la Amazonia el tubérculo significa abundancia y continuidad de la vida, y cada familia cuida sus propias variedades en la chagra. Allí nace la investigación del biólogo Andrés David Jiménez Maldonado, magíster en Ciencias – Biología de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), interesado en comprender cómo el conocimiento tradicional –transmitido entre abuelas chagreras y sabedores– moldea la diversidad de un cultivo que también sostiene la identidad y la espiritualidad.

La investigación unió el trabajo científico con los conocimientos tradicionales de las comunidades. Durante varios meses, el biólogo recorrió el resguardo Andoque de Aduche, en Araracuara (Caquetá); Villa Azul, en Solano (Caquetá); La Fuga, en Calamar (Guaviare); y el cabildo indígena Tikuna, en Leticia (Amazonas), con cuyos habitantes construyó una metodología participativa que combinó entrevistas, observación y trabajo comunitario.

En las malokas conversó con los sabedores, guardianes de la historia y la medicina del territorio, y en las chagras compartió el trabajo diario con las mujeres, quienes le explicaron cómo identifican cada tipo de yuca por su textura, color o sabor, y cómo el uso que se le da determina su valor cultural.

Huella medible en los genes de la yuca

El investigador tomó pequeñas muestras de hoja de cada una de las 126 variedades, que luego analizó en el laboratorio del grupo Manihot Biotech de la UNAL, en donde extrajo el material genético para buscar sus diferencias internas.

Como en Colombia aún no existe la infraestructura para procesar miles de fragmentos genéticos al mismo tiempo, las muestras se enviaron a un laboratorio internacional especializado en genotipificación por secuenciación, técnica que permite identificar miles de pequeñas variaciones en el ADN y determinar qué tan emparentadas están unas plantas con otras.

El resultado fue un mapa con más de 47.000 diferencias genéticas en los 18 cromosomas de la planta. Al cruzar esos datos con la información recogida en los resguardos, el patrón fue claro: las plantas no se agrupan por la región ni por el pueblo que las cultiva, sino por los usos que las comunidades les dan.

Así, las variedades amarillas se emplean para elaborar fariña, alimento básico que acompaña casi todas las comidas; las blancas se destinan a la obtención de almidón, usado para preparar panes, casabes o tortillas y otros alimentos que se comparten en reuniones familiares; las dulces se consumen recién cosechadas; y las de manicuera tienen un valor simbólico y espiritual, pues se emplean en bebidas y rituales que evocan el origen de la humanidad según las narraciones indígenas.

Lo más revelador fue que estas agrupaciones coincidieron con los resultados de laboratorio. “La estructura genética de las plantas mostró el mismo patrón que la clasificación cultural, es decir que las yucas de un mismo uso compartían mayor similitud genética entre sí, aunque crecieran en regiones distantes o pertenecieran a pueblos diferentes”, destaca el magíster.

Esa significativa correspondencia entre el ADN y el conocimiento etnobotánico confirmó que las prácticas agrícolas y los intercambios entre familias han modelado la evolución del cultivo tanto como los factores naturales; en otras palabras, la cultura dejó una huella medible en los genes de la yuca.

Donde empezó la diversidad

El estudio permitió reconocer el papel de los cultivares de origen, es decir las variedades que, según las narraciones indígenas, fueron entregadas por el creador a los primeros pueblos. Estas plantas son consideradas como semillas fundacionales y guardianas de la identidad cultural. Además, los análisis genéticos mostraron que son las que presentan mayor distancia genética frente al resto de las muestras, lo que las convierte en un reservorio de diversidad única dentro del conjunto amazónico.

Para las comunidades, conservar estas yucas equivale a proteger su historia, pues ellas representan no solo la base de la alimentación, sino también la continuidad espiritual de los pueblos. “Los cultivares de origen son los que se cuidan con más esmero, los que no se intercambian fácilmente, y los que se siembran siguiendo las normas tradicionales de cada etnia. Su preservación depende de la transmisión oral de conocimientos, de la lengua y de la práctica cotidiana en la chagra”, relata el investigador.

Así mismo, mostró que los intercambios de estacas y semillas en celebraciones, matrimonios o trueques comunales han sido una fuente decisiva de diversidad. Las mujeres que migran por matrimonio suelen llevar consigo sus cultivares, lo que ha permitido que dos yucas sembradas a cientos de kilómetros puedan ser hermanas genéticamente, un reflejo del vínculo entre cultura, territorio y evolución.

De igual manera, el investigador evidenció que los procesos de intercambio, experimentación y selección cultural son tan determinantes como la adaptación ecológica. “Comprender esta relación es esencial para proteger tanto la biodiversidad como los sistemas de conocimiento que la sostienen”, señala el biólogo Jiménez.

También advierte que “la pérdida de lengua y de costumbres tradicionales amenaza directamente esa diversidad, porque en cada palabra y en cada práctica está codificado el conocimiento sobre las plantas. Si las nuevas generaciones dejan de aprender su idioma y su historia, se perderán no solo las semillas sino también la memoria genética y cultural que ellas representan”.









miércoles, 1 de octubre de 2025

Modelo climático anticipa las enfermedades que atacan los cultivos de arroz en Meta y Casanare

 El arroz, base de la dieta colombiana, enfrenta un enemigo silencioso: el añublo de la panícula, una enfermedad que vacía las espigas y amenaza la seguridad alimentaria. En Meta y Casanare, un modelo pionero basado en datos climáticos y aprendizaje de máquina anticipa los brotes mostrando que con variaciones casi imperceptibles de temperatura el riesgo se puede disparar hasta en un 90 %. La herramienta busca convertir la prevención en el mejor aliado de los productores.

Lo novedoso de este hallazgo no está en identificar el añublo de la panícula, sino en demostrar cuáles son las regiones más vulnerables y en qué condiciones exactas se disparan los brotes. El modelo, elaborado por la investigadora Deidy Viviana Rodríguez Almonacid, magíster en Meteorología de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), actúa como un “mapa de riesgo” que combina información histórica del clima con registros recientes de infecciones en el arroz, y ofrece una radiografía precisa de cómo las variables atmosféricas pueden intensificar o frenar la propagación de estas enfermedades.

En Colombia los cultivos de arroz enfrentan más de 13 enfermedades, pero cada región tiene su propio enemigo principal. Por ejemplo en los Llanos Orientales una de las mayores amenazas es el añublo de la panícula, causado por el hongo Pyricularia oryzae, que ataca la espiga justo en la etapa reproductiva, cuando los granos deberían llenarse: la panícula (parte alta de la planta) se mancha, sus tejidos mueren y los granos terminan deformes o vacíos.

Otras enfermedades que predominan en el país son el mal del pie, que pudre la base de la planta y la tumba; el escaldado de la hoja, que deja manchas alargadas hasta secar el follaje impidiendo que la planta realice fotosíntesis; el añublo bacteriano –causado por Burkholderia glumae– que deforma los granos, y la mancha café de la vaina, que debilita la espiga antes de madurar.

Hoy muchos agricultores aplican fungicidas “a ojo” sin tener claro cuál enfermedad amenaza realmente sus cultivos. Esta práctica encarece la producción, pues se usan más químicos de los necesarios, y además impacta el medioambiente al acumular residuos en el suelo y alterar sus nutrientes a largo plazo, y no siempre resulta efectiva.

Frente a este problema, el modelo desarrollado plantea usar el clima como brújula para generar un mapa en el que cada región identifica su propio enemigo y puede anticipar la batalla, aunque todas dependen del mismo grano para subsistir.

Para llegar a estas conclusiones, la investigadora Rodríguez analizó datos climáticos entre 1970 y 2019, tomados de estaciones del Ideam y bases de datos globales estimadas, y los cruzó con registros de monitoreo de enfermedades del arroz entre 2012 y 2019 en parcelas comerciales de la Federación Nacional de Arroceros (Fedearroz) que forman parte del programa de monitoreo fitosanitario de dicho gremio.

El trabajo se adelantó junto con Fedearroz, entidad que monitorea los cultivos en todo el país y que ya desarrolla una plataforma para que los agricultores consulten la dinámica anual del sector.

En un futuro cercano, un arrocero podría recibir en su celular un aviso similar al pronóstico del tiempo: “su cultivo está en floración y la próxima semana habrá alta humedad y nubosidad, con alto riesgo de añublo de la panícula”. Ese es el objetivo de la investigadora Rodríguez, “generar alertas que permitan tomar decisiones a tiempo y aplicar medidas solo cuando sean necesarias”.

Cambio climático multiplica el riesgo del arroz

El arroz no solo enfrenta plagas y hongos, sino también los efectos del cambio climático. En 2024 el calentamiento global sobrepasó los 1,5 °C, un aumento histórico y preocupante según el Servicio Climático de la Unión Europea.

Según determinó la investigadora, el aumento de apenas un grado en la temperatura puede disparar hasta en un 90 % el riesgo de brotes en Meta y Casanare, las regiones más vulnerables a esta dinámica. Además, fenómenos como El Niño y La Niña modifican la humedad y las lluvias, lo que abre la puerta a enfermedades en zonas donde antes no existían. Así, lo que hoy preocupa en los Llanos mañana podría extenderse al Tolima o al Caribe.

En Colombia las lluvias varían de manera drástica: en los Llanos Orientales pueden superar los 3.000 milímetros anuales, mientras que en algunas zonas del Caribe rara vez alcanzan los 1.000 milímetros anuales. Esa diferencia condiciona el comportamiento de las enfermedades; la humedad constante de Meta y Casanare, por ejemplo, favorece el añublo de la panícula. Por eso el sistema de alertas no funciona como un calendario rígido, sino como una herramienta adaptable que se puede integrar con datos en tiempo real de estaciones meteorológicas y satélites para informar de manera precisa a los productores.

La investigación fue dirigida por los profesores Eliécer David Díaz Almanza, del Departamento de Geociencias, y Joaquín Guillermo Ramírez, de la Facultad de Ciencias Agrarias y se adelantó con el Laboratorio de Computación y Análisis Epidemiológico de la UNAL y un convenio con Fedearroz para apoyo técnico. Con esto se busca iniciar un mejor plan de manejo y prevención de enfermedades en los cultivos de arroz de Colombia.