En un mundo donde la industrialización y la globalización tienden a homogeneizar los sistemas alimentarios, un grupo de comunidades del suroccidente colombiano preserva la agro-biodiversidad y la memoria alimentaria de la región con el cultivo y consumo de alimentos como arracacha, chachafruto o balú, diversas variedades de calabazas, fríjol y maíz.
Así lo evidencia el estudio “Comidas poderosas” de la
Universidad Nacional de Colombia (UNAL), desarrollado con más de 50 campesinos
de la Asociación de Escuelas Agroecológicas Sostenibles de San Rafael, en Tuluá
(Valle del Cauca), y las organizaciones Huellas, y Sembradores de Vida y
Libertad en San Lorenzo (Nariño).
Los principales hallazgos de la investigación destacan el
rol de las organizaciones campesinas en la conservación de variedades criollas
y nativas de alimentos que además de aportar altos valores nutricionales
representan un símbolo de resistencia cultural y política.
Estas comunidades, compuestas en su mayoría por familias
campesinas dedicadas a la producción agropecuaria diversificada, enfrentan
desafíos como la deficiente infraestructura vial, la presencia de actores
armados y la limitada conectividad. Sin embargo, han desarrollado estrategias
de autogestión y organización comunitaria que les han permitido afrontar estos
retos y avanzar en la conservación de su agro-biodiversidad.
“Comidas poderosas” revela cómo las organizaciones comunitarias campesinas en esta zona del país, utilizando métodos tradicionales y agro-ecológicos, han preservado el patrimonio agrícola que por siglos formó parte de la alimentación diaria de la sociedad colombiana, pero que se ha rezagado por el cambio en los hábitos de consumo que favorecen productos más procesados y menos nutritivos.
Entre las prácticas más destacadas se encontraron las
preparaciones gastronómicas tradicionales con alimentos de gran importancia
cultural e identitaria como la arracacha, el chachafruto, el bore y diversas
calabazas, que junto al fríjol y el maíz se mantienen vigentes gracias a las
prácticas de intercambio y trueque, lo mismo que las preparaciones que pasan de
generación en generación. Entre los animales que más crían y preservan se
destacan las gallinas criollas y los cuis en Nariño.
La metodología de la investigación utilizada por el
antropólogo Omar Giovanny Sánchez Quintero, estudiante de la Maestría en
Gestión y Desarrollo Rural de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede
Palmira, se basa en la sistematización de experiencias a través de talleres a
los que también llamó “Comidas poderosas”, en donde alrededor de la comida se
genera un diálogo que ha permitido identificar las variedades que las
organizaciones están conservando y las prácticas que utilizan para ello. También
desarrolla visitas de campo, observación etnográfica, y entrevistas, y
participa en las dinámicas comunitarias.
La comida como fenómeno social y político
“La comida es mucho más que el sustento que proporciona
nutrientes esenciales, es un fenómeno social y político que refleja nuestra
identidad cultural y los desequilibrios sociales y ambientales, por eso este
proyecto busca devolverle su lugar sagrado e incentivar modelos alternativos de
producción y comercialización justos y solidarios con estas comunidades”,
señala el investigador Sánchez.
En términos políticos, un alimento poderoso es aquel
producto nativo y criollo sembrado por familias campesinas en sus diversas
manifestaciones de la agricultura familiar, étnica y comunitaria. Por eso el
antropólogo afirma que “el proyecto ‘Comidas poderosas’ es un aporte a la
construcción de alternativas al desarrollo que busca hacerle frente a la crisis
civilizatoria a partir de la valoración de la agro-biodiversidad y el papel de
la organización comunitaria en la gestión de iniciativas agro-ecológicas, de
economía social y solidaria, y de apropiación social del patrimonio
biocultural”.
El estudio plantea que el consumo de estos alimentos no es
solo una elección dietética sino también una declaración política que posiciona
a las personas frente a modelos de desarrollo, territorio y cultura, ya que
reafirma la identidad de un país y el rol esencial del campesinado en la
sociedad y en la economía, además de fortalecer la autonomía y la soberanía
alimentaria.
Cualquier persona comprometida con la transformación del
sistema alimentario puede ser custodia de semillas, ya sea plantándolas,
consumiéndolas o transmitiendo su importancia a otros y no dejando de utilizar
estos alimentos en la cocina, ya que “la semilla se pierde cuando se deja de
consumir, y por lo tanto incluir en la dieta alimentos criollos y nativos
producidos por organizaciones campesinas es una forma poderosa de contribuir
con esta causa”, agrega el investigador Sánchez.
Los resultados del estudio también buscan inspirar a otras
comunidades y actores en Colombia a valorar, conservar e incentivar el uso de
las variedades criollas y nativas en recetas deliciosas que pueden enriquecer
el menú diario.
Este trabajo es resultado de la labor del antropólogo
Sánchez en la Fundación Suyusama y el Instituto Mayor Campesino, ambas obras
sociales de la Compañía de Jesús que acompañan a comunidades campesinas,
indígenas y afrodescendientes del suroccidente colombiano en la construcción de
territorios en condiciones de sostenibilidad.
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