Cilantro, cebolla, lechuga, espinaca, maíz, tomate de árbol, papa y arveja figuran como ingredientes para la futura cocina comunitaria que se construirá en Pinares de Oriente, en la comuna 8 de Medellín. Esta iniciativa, que busca generar empleo y sostenibilidad, está respaldada por 12 líderes huerteras que han comprendido la importancia del uso del suelo para tomar decisiones dirigidas al bien común.
Pinares de Oriente está ubicada sobre la periferia del cerro
Pan de Azúcar, en donde viven cerca de 210 familias, la mayoría campesinos
desplazados por el conflicto armado y sin muchas oportunidades laborales en la
ciudad, por lo que, aprovechando su conocimiento, han decidido disponer de
pequeñas parcelas que les permitan tener acceso a alimentos básicos.
Sin embargo, pese a haber establecido un modelo de soberanía
alimentaria, luego de entrevistas, fotogalerías y talleres participativos sobre
comercio justo, utilización de espacios y aprovechamiento de recursos, se
evidenció la falta de un lugar adecuado para implementar nuevas estrategias
comerciales demandadas por las huerteras de la comunidad.
Isabela Coronado Magalhães, arquitecta de la Universidad
Nacional de Colombia (UNAL) Sede Medellín, identificó la relevancia de la
agro-ecología en la construcción social del hábitat popular y cómo la gestión
de estos entornos puede crear alternativas sostenibles.
“Se busca comprender el uso del suelo más allá del cultivo,
es entenderlo desde la producción de los espacios vacíos, de cómo cada parcela
o tierra puede generar una acción en pro del desarrollo”, menciona la
arquitecta Coronado, quien recuerda el caso de la Casa Vivero Jairo Maya,
edificio de madera de dos pisos cooptado durante años por organizaciones
armadas y que se convirtió en un espacio apropiado por víctimas del conflicto
de la comuna 8 como un espacio destinado a la memoria y la reconstrucción del
tejido social mediante la realización de muestras culturales y sociales del
territorio.
Esta transformación también lideró la construcción de 50
huertas en el barrio, cambiando la percepción de los espacios vacíos. Aquí los
residentes aplican su conocimiento agrícola en pequeñas parcelas en terrazas
escalonadas, con un ángulo de 15° para un drenaje eficiente. Esto previene
inundaciones en épocas de lluvia, y la disposición de los tejados sobre las
casas asegura que los alimentos reciban luz natural.
Además las lideresas se dedican a elaborar conservas y
arepas, venden almuerzos, plantas de sus viveros, gallinas y conejos,
artesanías y sillas de madera, lo que les sirve para mantener un ciclo
productivo agroecológico en un entorno urbano.
El área disponible para este espacio consta de un lote de
40 m2 de formato triangular con estructura de cubierta a
dos aguas que ocupa alrededor del 60 % del área total. Está conformada por
columnas de madera, guadua, listones y tejas de zinc, todo en condiciones muy
precarias.
La propuesta de cocina de la arquitecta de la UNAL ofrece la
posibilidad de ubicar un lavamanos, un fogón de leña y uno solar, un enfriador
de arepas, un depósito de leñas, una banca y un lavadero, todo esto sobre unas
zapatas o soportes para el pórtico perchado de guadua y una cubierta en zinc;
también contará con una zona de almacenamiento y encerramientos horizontales
translucidos para el paso natural de la luz.
La mayoría de los materiales son reutilizables o reciclables
identificados por la comunidad. Para ello se realizaron talleres pedagógicos en
los cuales, entre otras acciones, por ejemplo, a partir de materiales tomados
del mismo suelo, se fabricaron adobes secados al aire libre con arcilla para
las primeras estufas de la cocina.
La arquitecta menciona que, “en el hábitat popular, los
habitantes aplican un modelo que promueve el desarrollo urbano sostenible, la
convivencia y la supervivencia, convirtiendo suelos sin propiedad en
urbanización, infraestructura, empleo y equipamiento”.
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