En Colombia el campo envejece. Mientras en 1938 de cada 10 colombianos 7 vivían en zonas rurales, hoy apenas lo hacen poco más de 2, según el DANE. La migración juvenil ha sido persistente, silenciosa y estructural. Sin embargo, en municipios como Pradera, Palmira y Tuluá (Valle del Cauca), y Totoró y Timbío (Cauca), un grupo de jóvenes ha comenzado a revertir esta tendencia: decidieron quedarse en sus territorios, fortalecer su participación política, cultivar café y plátano, y cuidar polinizadores como las abejas sin aguijón.
La Red de Mercados Agroecológicos Campesinos del Valle del
Cauca (Redmac), una asociación con más de 10 años de trayectoria, ha sido el
espacio desde el cual esta transformación ha cobrado fuerza. Aunque en sus
inicios estuvo conformada especialmente por adultos y productores consolidados,
la preocupación por el éxodo juvenil impulsó la búsqueda de nuevas formas de
incluir a las y los jóvenes en las decisiones organizativas, económicas y
políticas.
Las razones por las que muchos jóvenes decidían irse no eran
solo económicas. El adultocentrismo (la toma de decisiones centrada en los
adultos), la falta de acceso a la tierra, la escasa oferta formativa con
pertinencia territorial y la exclusión de los espacios de participación hacían
que sintieran que el campo no les pertenecía.
Ante este panorama la Universidad Nacional de Colombia
(UNAL) Sede Palmira emprendió una investigación participativa junto a la
Redmac, liderada por Johana Stephany Muñoz Correa, magíster en Ciencias
Agrarias, con el acompañamiento de la profesora Judith Rodríguez Salcedo, del
Departamento de Ingeniería. Durante 4 años el equipo acompañó a 30 jóvenes
rurales de entre 14 y 35 años, con el propósito de construir estrategias que
hicieran posible una permanencia digna en sus territorios, a partir de sus voces
y prácticas.
Uno de los primeros pasos fue reconocer la importancia de la
formación agroecológica, no como una imposición externa sino como un proceso
arraigado en la vida cotidiana de los jóvenes y sus familias. De esa
comprensión nacieron dos espacios fundamentales para su permanencia en los
municipios: la Escuela de Pensamientos Agroecológicos y la Escuela Campesina de
Agroecología.
“Estas escuelas no funcionan como aulas tradicionales sino
como espacios de aprendizaje en las mismas fincas, en donde los jóvenes
trabajan con herramientas sencillas como cuadernos de campo, semillas criollas
(maíz, fríjol, café) o abonos orgánicos, observan el comportamiento del suelo y
los cultivos, participan en mingas colaborativas y dialogan con sus mayores
para recuperar saberes ancestrales”, señala la magíster.
En estos espacios los jóvenes también desarrollan productos como harinas de plátano o arracacha, panes integrales, salsas naturales, conservas de frutas y preparaciones medicinales a partir de plantas cultivadas en sus propias huertas. Asimismo se han convertido en custodios de las abejas sin aguijón presentes en sus territorios, que son polinizadoras indispensables para aguacate, mango, naranja, menta o tomate. Parte de su apuesta ha sido sensibilizar sobre la importancia de reducir el uso de químicos como fungicidas y herbicidas en el manejo de plagas.
La investigadora comenta que “más allá del fortalecimiento
de conocimientos técnicos, estos espacios les permitieron a los jóvenes
resignificar su vínculo con el territorio, recuperar saberes campesinos y tejer
redes de colaboración entre pares. Lejos de ser solo instancias formativas, se
transformaron en escenarios de afirmación identitaria”.
Se registraron prácticas como el intercambio de semillas
entre familias, la implementación de abonos orgánicos, el cuidado de árboles
nativos (guadua, yarumo, chagualo, entre otros) y la diversificación de los
cultivos para garantizar soberanía alimentaria. También realizaron cartografías
sociales en las que identificaron caminos, cultivos, fuentes de agua, zonas de
riesgo y lugares de valor cultural como sitios de encuentro, fiestas o mingas,
visibilizando así su vida territorial desde su propia mirada.
Otro logro significativo fue la creación de un Comité
Juvenil dentro de Redmac. Hasta entonces su participación había sido ocasional
y subordinada, pero con la conformación del Comité ellos comenzaron a construir
su propia agenda, con líneas de acción enfocadas en liderazgo, producción,
educación, género y participación política.
Esta organización interna les permitió tomar decisiones,
representar a sus territorios en espacios locales y regionales, y gestionar
recursos propios. Dejaron de ser una población a formar y se consolidaron como
interlocutores válidos frente a instituciones públicas, organizaciones sociales
y redes agroecológicas.
Gracias a su fortalecimiento organizativo los jóvenes
empezaron a vincularse a plataformas de participación como juntas de acción
comunal, consejos municipales de juventud, redes agroecológicas y escenarios de
incidencia como los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDET), lo
que quiere decir que asisten a reuniones en las que se priorizan obras,
proyectos, vías y escuelas entre otros planes del territorio, además de
hacerles seguimiento a los compromisos del Estado en el marco del Acuerdo de Paz.
También exploraron rutas de acceso a apoyos institucionales
a través del SENA, las Secretarías de Agricultura municipales y el Banco
Agrario, aunque las barreras burocráticas y técnicas siguen siendo una
dificultad recurrente.
“Cuando los jóvenes tienen espacios de formación
pertinentes, cuando participan en la toma de decisiones y cuando sus saberes
son reconocidos, se abren caminos reales para su permanencia en el campo”,
concluye la magíster Muñoz.
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